Habibi y el oráculo
Bruno Marcos
Con el cochecito del bebé ruedo por la ciudad como cuando era pequeño y no paraba en casa. Voy recayendo en la terraza de Habibi. Al otro extremo, desde la mesa, observo que está sentado el oráculo. Revisa un texto, 4 o 5 folios, sujetados por una grapa en la esquina superior izquierda. Pasa las hojas pero no parece leer con convicción, como si los ojos se le fueran por encima de las gafas. La verdad que la tarde no está como para literaturas, más de 35 grados a la sombra y toda la algarabía de la vida que araña los últimos días tórridos de septiembre para tomar la calle.
El oráculo vuelve a sus 5 folios y vuelve a distraerse, dicen que está escribiendo el primer tomo de sus memorias que recogen exclusivamente su infancia. Su mujer, al lado, contempla a los chiquillos. Recuerdo que cuando le conocí le informé de que estaba estudiando Bellas Artes y me comentó que él tal vez, si hubiera tenido la posibilidad, lo habría hecho también, pero meditó, y al instante, se desdijo añadiendo que lo cierto es que él siempre había tenido una vocación por la poesía muy clara, desde muy niño. Más tarde, como broma, me contó que asistiendo a una inauguración y estando frente a las esculturas su mujer le preguntó que dónde empezaba la muestra. Añadió que él no consideraba arte aquello donde no se veía la mano del hombre. A mí, por entonces, con 20 años o así, esas disquisiciones me traían al fresco, sólo quería estar, por unos momentos, con un poeta de verdad, de aquellos que estaban en los libros, de aquellos que sólo existen a través de las mentes de poetas de 20 años.
Sale Habibi y se sienta en una silla huérfana. Me han filtrado que fue un espía argelino al que su gobierno le protegió con este exilio dorado como hostelero de éxito. Cada vez está trayendo a más gente de allí para trabajar con él. Ahora aparece una muchacha de unos 19 años con una maleta que desliza ruidosamente sobre dos rueditas. Habibi se levanta y le da muchos abrazos.
De entre todas las mesas destaca la copa de vino tinto de el oráculo, todos piden té, helados o batidos, acaso vino blanco, no me extraña que el oráculo se encuentre casi siempre mal, con estas temperaturas el vino tinto es matador. Sin acabarlo se levanta y se va. A unos pocos metros su mujer le sigue. Yo pienso en el saco de palabras negras que se van con él. A toda la angustia de existir sus poesías le han puesto belleza pero no nos ha dado nada más para sobrellevarla, ninguna idea o mentira, quizá la propia mentira de la belleza debería bastarnos o la nitidez de la angustia. Por eso, después de haberme gustado tanto su poesía, hoy me siento más cercano de Habibi, porque yo he sido un gran soñador también y Habibi, como todos los árabes, se sienta a la puerta de su negocio y parece que el mundo entero pasase delante de él, y es cierto, es lo mismo que ocurre con los comerciantes de Khan el KHalili de El Cairo, uno piensa que qué pequeña es su vida, en apenas 100 netros cuadrados de la mañana a la noche, pero, ¿acaso no es verdad que todo el mundo pasa delante de su establecimiento, no es verdad que españoles, italianos, filandeses, japoneses y un sinfín de nacionalidades peregrinan hasta allí, hasta su puerta?
Con el cochecito del bebé ruedo por la ciudad como cuando era pequeño y no paraba en casa. Voy recayendo en la terraza de Habibi. Al otro extremo, desde la mesa, observo que está sentado el oráculo. Revisa un texto, 4 o 5 folios, sujetados por una grapa en la esquina superior izquierda. Pasa las hojas pero no parece leer con convicción, como si los ojos se le fueran por encima de las gafas. La verdad que la tarde no está como para literaturas, más de 35 grados a la sombra y toda la algarabía de la vida que araña los últimos días tórridos de septiembre para tomar la calle.
El oráculo vuelve a sus 5 folios y vuelve a distraerse, dicen que está escribiendo el primer tomo de sus memorias que recogen exclusivamente su infancia. Su mujer, al lado, contempla a los chiquillos. Recuerdo que cuando le conocí le informé de que estaba estudiando Bellas Artes y me comentó que él tal vez, si hubiera tenido la posibilidad, lo habría hecho también, pero meditó, y al instante, se desdijo añadiendo que lo cierto es que él siempre había tenido una vocación por la poesía muy clara, desde muy niño. Más tarde, como broma, me contó que asistiendo a una inauguración y estando frente a las esculturas su mujer le preguntó que dónde empezaba la muestra. Añadió que él no consideraba arte aquello donde no se veía la mano del hombre. A mí, por entonces, con 20 años o así, esas disquisiciones me traían al fresco, sólo quería estar, por unos momentos, con un poeta de verdad, de aquellos que estaban en los libros, de aquellos que sólo existen a través de las mentes de poetas de 20 años.
Sale Habibi y se sienta en una silla huérfana. Me han filtrado que fue un espía argelino al que su gobierno le protegió con este exilio dorado como hostelero de éxito. Cada vez está trayendo a más gente de allí para trabajar con él. Ahora aparece una muchacha de unos 19 años con una maleta que desliza ruidosamente sobre dos rueditas. Habibi se levanta y le da muchos abrazos.
De entre todas las mesas destaca la copa de vino tinto de el oráculo, todos piden té, helados o batidos, acaso vino blanco, no me extraña que el oráculo se encuentre casi siempre mal, con estas temperaturas el vino tinto es matador. Sin acabarlo se levanta y se va. A unos pocos metros su mujer le sigue. Yo pienso en el saco de palabras negras que se van con él. A toda la angustia de existir sus poesías le han puesto belleza pero no nos ha dado nada más para sobrellevarla, ninguna idea o mentira, quizá la propia mentira de la belleza debería bastarnos o la nitidez de la angustia. Por eso, después de haberme gustado tanto su poesía, hoy me siento más cercano de Habibi, porque yo he sido un gran soñador también y Habibi, como todos los árabes, se sienta a la puerta de su negocio y parece que el mundo entero pasase delante de él, y es cierto, es lo mismo que ocurre con los comerciantes de Khan el KHalili de El Cairo, uno piensa que qué pequeña es su vida, en apenas 100 netros cuadrados de la mañana a la noche, pero, ¿acaso no es verdad que todo el mundo pasa delante de su establecimiento, no es verdad que españoles, italianos, filandeses, japoneses y un sinfín de nacionalidades peregrinan hasta allí, hasta su puerta?
1 Comments:
la descripción de las mentiras
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